El gran Gatsby (F. Scott Fitzgerald)
14 de julio de 2021 | por Pedro A. Vega
Gatsby es un tipo famoso, mucho, en la literatura de entreguerras y en su barrio de West Egg por las fiestas colosales y su incierto pasado. También es un clásico. Gatsby compite en la liga de la gran novela norteamericana contra contendientes de la enjundia de La cabaña del tío Tom, Manhattan Transfer o Las uvas de la ira. No se trata de ganar, estar ahí es la victoria.
El gran Gatsby lo explica todo de la América de los locos y perturbadores años veinte. La acción se desarrolla en Long Island (Nueva York) y el desfile de personajes desconcierta por la verosimilitud y la purpurina. ¿Cuál es el propósito vital de Gatsby? Me temo que lo tendrán que descubrir ustedes, lectores compulsivos, pero no esperen que el propio Gatsby se lo cuente. Fitzgerald recurre a la voz de otro tipo singular, Nick Carraway, amigo sobrevenido de Gatsby y arquetipo del que todos quisiéramos tener. Nick es otro incauto atraído por el gran Este; en la novela todo es grande: el epíteto del protagonista, la ciudad donde todo ocurre, la banalidad de Daisy, el pasado del héroe, el dinero de los nuevos ricos y la pasión, pero no de todos, de Gatsby.
Han transcurrido noventa y seis años desde la publicación. Un americano clavó en la Luna la bandera de los Estados Unidos y regresó. Hubo un presidente negro y mataron a otro en Dallas. Pese a la gran (otra vez) vorágine del siglo veinte los paralelismos con la actualidad son asombrosos: la decadencia de la aristocracia del dinero, el supremacismo blanco, el brillo mentiroso del sueño americano o la futilidad de ciertos pactos sociales como el matrimonio o la amistad. Fitzgerald acertó, vaya si acertó.

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